Resbale el dedo nuevamente contra la rueda y sus puntas. La pequeña luz en forma de fuego quemo el lugar donde anidaban las situaciones simples. Salieron por la pupila en hilos de seda, sabor a humo, toda una serie de pérdidas del mismo color. Se estrellaron contra la hoja que tenía en frente. Deje el cigarrillo a un costado. Volví a tomar el escrito por donde empezaba.
El fuego acechaba ya la totalidad de las voces simples y aventureras que habían nacido para esconderse. Las pieles de los papeles comenzaban a quemarse. Las situaciones simples ahora eran de las complicadas, la exterioridad asestaba internamente cada movimiento. Su disposición literaria se convertía en una sombra detestable proyectada vilmente sobre los demás, contorno sombrío que no deja ver el nudo de combustión que comenzaba a bailar abajo del escritorio, o entre los cajones de la ropa, incluso colgado de la ducha en el baño. Un frio y aterrador incendio devoraba mis cimientos. Tan solo seguiré escribiendo Aunque sea uno entre lo leído y lo escrito. Que decepción esos pequeños hombrecitos.
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