lunes, 21 de febrero de 2011

Sobre etica y economia

En el perpetuo estado en el que uno se sumerge, se prescinde bastante del acto que califica a su valor o significado. Pues, la identidad está ahí, a la intemperie oscura, observando curiosa como el efecto de nuestras acciones diarias la ponen a prueba, verificando su aura, o refutando sus efectos generales. Quien se considere valiente, podrá insertarse en acciones que apelen a la valentía o a la cobardía, pero estas virtudes no distinguen su procedencia. Podría ser que así nos sintamos calificados ya sea porque nuestra identidad permitió tal acogida, o porque nuestras acciones así inauguraron este nuevo estado. Cabe resaltar que podría ser necesario que ambos se incorporen al discurrir de la vida, pues una identidad sin acciones no puede tomar de ellas su propia síntesis nuclear; ¿pues como podría ser uno valiente prescindiendo de los actos valientes? Mas allá de esta doble unión que junta así ambas nociones como la del ser y sus acciones, es curioso que el valor de estas cualidades prescinda de sí mismo, de este acto que califica su valor sobre sí mismo.

Y no me refiero a que habría ciertas sociedades que colocan a la valentía como la habilidad suprema o absoluta, sino que para cada uno de nosotros se dibuja un enigma por el cual este invita a la entrada de una identidad con sus acciones permitidas; pero solo a condición de que este transcurso vital entregue una diferencias que las interrogue. Porque lo atractivo de esto, es el particular agujero que la vida realiza ante la presentación de estos dos elementos así forjados. Uno pensaría que la producción de problemas depende de una incongruencia entre el deseo y la vida habitual. ¿No es esta la distancia entre la identidad y la acción? Quien sea valiente al realizar acciones cobardes se encontrara ante un problema, pero allí interviene el enigma más fructífero.

Estas acciones, entendidas como actividades políticas, deben ser entendidas como una sumisión resultante, no como una abstinencia premeditada. Es el cuento que se evapora ante cada huella incrustada bajo la fuerza del calor. Aquí la volátil metáfora pretende inculcar algo difícil e inconcluso, una discontinuidad que no permite invitar al lector a suponerse como un invitado a la reunión invisible de la imaginación volátil. Así, este enigma colocado allí donde la conciencia no decide, cumple el papel de adjudicarse la responsabilidad de poder incrustar la duda y la incertidumbre como un punto sutil y seguro. Por ello es tan difícil armonizar esta pareja entre la seguridad y la intemperie, entre el conocimiento y la posibilidad de que todo sea un sueño, entre las posturas de ser y las acciones practicas que lo confrontan; llevándolo ante el tribunal de decisión necesaria. Nos encontramos primero con un punto irrecuperable: todo conocimiento es un saber, del cual se derivan dos usos diferentes así denunciados, dado que se puede obrar ante el problema social bajo la forma de una justificación que al apelar al uso de las capacidades cognitivas se presente como racional. La otra variante consiste en aplicar una forma que lleve a un procedimiento que sea capaz de describir los hechos tal como la realidad entrega su dato. De una forma u otra, ambas maneras de obrar no cuentan automáticamente con algún tipo de fuerza o fundamento. No porque precisen adjuntarse la una con la otra para así obtener la incompletud de su concepto, sino que ya sea que la investigación psicológica amplíe las facultades que posibilitan el conocimiento, o ya sea porque se justifiquen y describan las formas de concesión necesarias para tal o cual realidad forjada intersubjetivamente, no se consigue aun alcanzar elevar el saber a su incursión evidencial. No se lleva a esa facultad del ser a su forma, diría, necesaria que debe justificar su proceder para con su labor y la recepción de este en la ciudad politica. Así distanciadas, parece que el conocimiento procura abrirse para impulsar en su retorno una solución que vuelva a cerrar al sujeto y al objeto, uno sobre otro nuevamente. Pero no se precisa adquirir la necesidad de alejarse de un dualismo como para desinteresarse por dicha división. Pueden resultar útiles, a condicion de que el punto de clivaje se encuentre efectuado y armonizado según un principio adecuado. Al menos, para evitar que al tomar un concepto se llegue a su opuesto según una conexión que subvierta el nexo ya establecido. El dualismo persistirá en tanto que se mantenga unidos a distancias dos ideas, llamadas a ser pensadas de forma contigua. Con respecto a esta unión, que así los adjunta, se podría también describirla como una tercer idea, que enlaza las dos restantes de una forma necesaria, esto es, que su separación, modificación o refutación, provoque una diferencia en el interior mismo del esquema dualista, descubriendo asi que, en verdad, formaba parte de él. Lo que me resulta gratificante en lo que al problema hierve silencioso sobre mí, es en esta condición ética del hombre, por el cual encuentra solo trazos devenidos independientes, partes liberadas tras algún socarrón imperceptible, aunque sospechado. Integrantes de multiples traiciones de algún tipo de forma anterior que ha desaparecido, mas que pretende volver a vivir dentro de él nuevamente. Por ello, pequeños momentos claman unirse en la memoria de cualquier humano. Así vociferan cuando ella los despierta, pero también operan cuando tomamos decisiones cotidianas, procurándonos una ilusión de la cual beber.

Este camino, que es la identidad, al enhebrar recuerdos e ideas en vistas de algún deseo, se convierte en la condición que separa a la reflexión de una ontología, si acaso en vistas de una postura ética ha llamado a convertirse ella. La propensión literaria procura a cada paso poder dar una respuesta por la calidad de su ser, pero es de tener en cuenta que una reflexión ética debe poder considerar que los objetos y las disposiciones humanas podrían ser acaso de una forma diferente. Esta característica volátil que lejos esta de corresponder a la ética, constituye un carácter general de toda actividad humana. Pero se debe estudiar el efecto de un pensamiento que considere la ética como una justificación ontológica. Puesto que se corre el peligro de desplazar a la condición de adjetivo a dicha palabra central, permitiendo que pierda su condicion de arteria del ser, la que dispone en un entredicho a toda forma de argumentación que la actividad humana pudiese ensayar. Una postura devenida ontológica transmuta esta interrogación por la de una certeza más bien vacía, la que asegura que algunas acciones entraran en un proceso de deliberación por el cual “serán consideradas éticas”. Insisto en que esto es una señal lingüística de un proceder que extirpa lo interesante y característico de todo el asunto. La delimitación corpórea de lo ético no tiene mayor interés, puesto que nada se aclara al apelar a la presentación estridente de la palabra "ética". ¿Qué garantiza que alguna idea o acción serán validas si son "éticas"? ¿No serian si no son éticos; al caso? Para quedar claro: Da igual que un objeto intelectual sea o no ético; si no se aclara antes que tipo de argumentación que se inyecta mediante el sentido ha alimentadodicha postura. De todas formas, considero, que será mejor olvidar a este manejo verbal que procura mantenerse en el terreno de "lo ético", aquel que teme a caer desbarrancado por el abismo de lo no-ético. Las argumentaciones posteriores podrían especificar el tipo de racionalidad que se desenvuelven en tal cambio, y esto se encuentra lejos de una pregunta inocente que investigue sobre el carácter ético o no ético de las acciones o ideas en cuestion. Como dije, no es suficiente responder ante eso con una réplica que procure acoger el sentido con que la palabra ética se utiliza. Puesto que una interrogación que pretenda implícitamente privilegiar al estado de lo ético por sobre lo no ético, refuerza el vacio con que se presento dicho pregunta.

Presentado al interrogante y a una burda y somera condición general del ser humano, he descripto los dos elementos que conforman más bien las sendas formas prácticas que se desarrollan tras dos caminos del saber. Reitero aquí, es la búsqueda científica de las facultades cognitivas con un interés epistemológico, y la descripción de la realidad en términos ella de un armado plan de tipo consensual por el cual los integrantes de una comunidad adoptan como reglas a las regulaciones de sus intercambios. ¿Se entrelazan estas dos formas en algún tipo de dualismo? Lo desconozco. No tendría problema en adoptar tal o cual esquema, pero estas dos formas procedimentales no se excluyen, sino que se diferencian, ante ello la exigencia en distinguir los enunciados autonómicos sus características.

Sucede también que el primero recurso, atribuible al racionalismo critico, exponencialmente atribuible a Hans Albert, genera una consencuencia en lo que su planteo respecta, que no debe dejar de aparecer inscripto en este discurrir. El problema de esta línea, es que coloca como un principio comun y principal algo mas bien secundario y general. Para plantearlo en términos claros, su postura no innova. No es capaz de producir novedad alguna. Se le ha criticado a esta línea, denominada como realismo crítico, que incurre en una contradicción al presentar una pluralidad para con la realidad, pero una linealidad metódica para consigo misma. También que esconde postulados metafísicos, como el punto de fe en la razón o en la realidad como dato (muestra que ambos puntos se entrecruzan), o que producto de esta linealidad metodológica (amparado por la falibilidad como característica general de la razón humana), se decanta en una ética correspondiente a un sistema económica del cual no es posible escapar, pues forma parte de este en condicion de vil complice. Estas son algunas de las críticas mínimamente esbozadas. El punto es el siguiente. Se corre con el peligro de una inespecificidad con esta postura. Al colocar como común y específico lo que es general y atribuible por igual, sus hallazgos permanecen junto con lo característico del objeto. Esto es difícil de entender, pero todo reside en el papel de la diferencia. Formúlennos la siguiente pregunta: ¿Qué se espera de una política social? ¿Que tome a los ciudadanos como iguales, o que descubra la diferencia que los caracteriza? Esto es tan interesante como escurridizo. Ninguna de las dos respuestas resultan un desastre, puesto que se clama por ambas. Solemos criticar con entusiasmo las investigaciones que buscan la especificad de tal o cual grupo minoritario, por ejemplo. El paso discriminatorio se encuentra latente, puesto que, ¿bajo qué supuesto se considero apropiado para el objeto de una investigación que esta focalizada sobre tal grupo? ¿Con que tiza se ha ya trazado ese límite preconcebido? Depende como queramos ser tratados. Si como iguales o diferentes. Ambas respuestas nos ofrecen satisfacción social. No quisiera dejar de pertenecer al género humano, pero tampoco quisiera pertenecer a la más indiferenciada masa popular. Son estos los vaivenes que oscilan dentro de nosotros. En efecto, esto da lugar a pensar la tensión entre lo general y común. ¿Contar con algun tipo de facultad cognoscitiva, como la memoria de trabajo, por ejemplo, convierte al acto de pensar dependiente o causa del efecto que propago con mi vida en la sociedad? ¿Acaso alguna postura exime de crítica su proceder? ¿Por qué la necesidad de acelerar lo falible? ¿No está ya claro por todos nosotros? Esto produce un debilitamiento de la postura crítica, porque se deja de imprimir lo específico, dado que ya se ha utilizado dicha carta en la dispersión de lo general. La otra forma procedimental del conocimiento en la ciudad, es la correspondiente con la etica que ha sido conocido como dialogica. Aqui ya se ha vuelto celebre hace muchos años la pequeña contienda entre el mencionado Albert y Apel y su pragmatica-trascendental. Del uso de estos valores universales se desprende un ámbito que será tratado en algún otro aporte futuro, del que deba tratar un posible nexo entre esta crítica al realismo crítico con el estudio de la economía, puesto que en ambos se trata de apelar a la razón como forma de darle forma al hombre. Una apuesta por un valor humano que pueda equilibrar su potencial creativo a la par de la fuerza de su propio trabajo, pudiendo entender que tipo de generalidad se ha inmiscuido entre el homo-economicus y sus decisiones racionales. ¿Puede una ética dialógica soportar esa revisión histórica que analiza y debilita las fuentes racionales del hombre devenido ciudadano, permutado homo-economicus? ¿O incurre en los problemas similares en los que el realismo crítico trabaja, al defender ambas el último bastión racional del hombre? Sabemos que la ontología no es campo aquí para analizar a la economía, pero entre la ética dialógica y el realismo crítico se encuentra algún tipo de respuesta posible para la proliferación de un cambio en los valores humanos, aquellos que sueñan con diferenciarlos de los de la mercancía y del campo supremo de la razón.