martes, 14 de diciembre de 2010

Tenues sonidos

Viste cuando ni tenes ganas para explicar la falta de ganas. Es el tipo de situaciones sumamente problemáticas que se contradicen a sí mismas. Porque en la medida en que pretende vibrar los dientes y hablar, la lumbre deja de reflejar calidez sobre las paredes, por lo que se contraen a sí mismas, y la razón de su tristeza encuentra un justificativo, como unas pastillas cómodamente colocadas en la mesita de luz. Así, la razón por la cual toma de eso es porque toma. Ni el cansancio logra quebrar la seca monotonía circular.

Podría pensar que una vez que se toco fondo solo queda todo por escalar. Pero mucha gente vive ahí, en el fondo. ¿Justifico mi condición al encontrar mucha gente a mi lado? Lo más hermoso de hallar en la lejanía es un sonido perdido en la oscuridad, en esa mezcla entre un grillo y el sonido del mar. El calor del sol que ha quedado atrapado en los techos resbala hacia los caminos de tierra, dejando una sabiduría tranquila. Pero a veces en esas ciudades veraniegas se roza el frio. Y no se puede dormir, entonces. Aunque de barro se alimenten las ruedas aquí, no de compañía se acercan las vivencias. Odiosas comparaciones que siempre interrumpen los propios pensamientos. Tomo libros como Nietzsche, y se nota como los sufrimientos son abordados con valentía. A medida que avanza, coloca situaciones por las que su intelecto devela las sombras allí tejidas. Al parecer ciertos insectos se esfuerzan por escapar de su designio. Pero, lo he dicho en silencio. No hay forma de escapar. La ciudad aquí parece dormir junto con uno. Es cierto que encuentra numerosos viajes entre la arena y el mar. Pero a todos se les ocurrió el mismo plan. Por lo que la conjunción de todas esas voluntades forman una atmosfera de grillos y mar, en las que los actos se potencian, incluso el aburrimiento.

Es curioso el hecho de aburrirse en las vacaciones. Bueno, será porque habiendo realizado un corte en el suceder de los días, es que dentro de tal o cual región lo pensado caerá bajo examen. Pero suponga que no concibe que lo que mi herida espiritual arrastra sea sangre de color soledad, sino una infinitud de posibilidades, una al lado de la otra, de una forma tal que no sea posible observar a cada una. De hecho, solo se les ve una cara, una parte, siquiera un rasgo. Los bordes y los costados están tapados por la contigüidad en las que fueron colocadas. ¿Quién las dejo allí? Nadie. No importa. Pero hay miles de oportunidades en un día. No prefiero decir que si se está mal, queda una vida por descubrir. Digo que si está mal, que es como estoy siempre, queda la historia, almacén de todas las obras culturales, reservorio cual cementerio de los sufrimientos ajenos sublimados, como forma de expresar ese malestar. Así, quien está mal no busca que le repitan su malestar. Sino que adora encontrar que alguna gente ha pasado por similares senderos. Todos serian diferentes, pero saben opinar de todo. Lo que vuelve inestable al sufrimiento, es decir, al menos contingente, quien lo invita a brindar con una copa de esperanza, es la condición de su alienación, enajenación altruista.

Quien sufre busca hallar la forma de expresar y canalizar su apesadumbrada condición, canalizando lo que siente. Eso es lo que lo mueve. Pero es una esperanza enajenada, porque ese encuentro que opta por hallar una forma de expresarse no podría hacerlo sino tomando la voz de la otra persona. De esta forma, el sufrimiento personal pierde su condición. Remite a experiencias ajenas, contaminándose allí de contenidos que no le corresponden, filtrándose luego por consejos que poco saben de la condición personal. La atracción por el lugar común no debe inmiscuirse con lo que esas vivencias ajenas recolectaron, puesto que los objetivos son siempre en ultima instancia singulares, aunque muchas formas de institucionalización pretenden generar las formas colectivas de participación ciudadana. Es tan difícil, que no se entienden las distancias. Lejos, pero cerca, siempre cerca. Gente que ya no está más, pero tan presente en el sentimiento. Gente que se aleja, pero que quiere estar cerca. Flotan en la distancia, entre un grillo bello y las olas que quieren rozarte, apenas animándose a abrazarse.