martes, 13 de diciembre de 2011

Sin tocar una teta

Es que quiere imaginar lo que desafía el marco de las posibilidades. Pintarlo y llevarlo en una librería bien conocida, pero solamente para acompañar por los estantes a la próxima chica que entre preguntando por excentricidades de Borges con un morral cayéndole del hombre. Quiere crear fantasía, cuando todavía vive adentro de la inoperable adolescencia, te das cuenta. Quiere llegar bien lejos y ni toco una teta. Siempre supe que era diferente.
Lo sentí tan adentro como una inhibición veraniega es capaz de intuir. Desde que era chico. Cuando veía a mi señorita de primaria ver retaras a mis compañeras pensaba con toda la claridad que supone la propiedad autónoma de los pensamientos lo siguiente. Ella quiere que le pidan disculpas. Le habrán hecho algo malo, seguro. Pero, ¿qué cambia que le haya pedido disculpas? Fue ese el primer momento en el que sentí que me estaba separando del mundo. Entendía la razón de ser del arrepentimiento y la disculpa. Pero no la aceptaba como valida. Era innecesaria. El daño ya se había consumado y el tiempo es irreversible. Unas palabras amables no curan las heridas. Juro que pensé todo esto a los ocho años. A partir de ahí supe que no todo era lo que parecía. Que el sostén que se herejía en el jardín era tan humano como unas chimeneas en algún domingo. Por eso se anudo contento placer el sueño de volar en mías más preciadas noches. Cuando me elevo por mis propias fuerzas ninguna pared me detiene. Puedo decir que allí tal sueño se sostiene. Del impulso innovador que dentro mio me indicaba que todo debía ser diferente a como yo lo percibía. Alejándome. Viendo cada medianera cada vez mas pequeña e insignificante desde el cielo.
De ahí que a los pocos años mi pasión por el acto literario ya se impuso por si mismo. Los cuentos de Quiroga llenaron de satisfacción oscura lo que de todas formas ya se encontraba de brazos abiertos para intercambiar su esencia. Sabia ya que el transito mundano dejaba tras si miles de oportunidades. Tan solo había que envolverlas con un guante literario e inspirador siempre adecuado. Como quien recolecta frutos jugosos en alguna estancia lejos de la cárcel urbana.
Por eso siempre elogiaron mi imaginación. A las chicas les elogian los dones de los dioses. A mi solamente la imaginación. Debía tener alguna inflamación en el lóbulo del órgano creador. Así fue. Me encantaba escribir. Simulaba a Quiroga y alentaba el tipo de finales que su inundación de roja sorpresa anunciaba. Las terminaciones abruptas y desmedidas, esas que rozaban incluso la tan gozosa injusticia, comenzaron a aparecer antes de que pensara incluso en su papel característico. Fueron una sorpresa incluso para mí. Y así fue que comencé a perfilar y armar la estructura narrativa a partir del impacto en el lector precisamente. Si bien toda lectura supone a un paciente señor intelectual que lee, lo que yo trato que ocurra precisamente es que crezcan ramas a la madera de la mesa y se forme un lazo allí acercando lo más posible a la imaginación que brota insolente hacia el digno hábito de lectura de la otra persona. Pero no para que sienta lo que yo percibo del mundo. No para que piense lo mismo, cumpliendo así a la perfección una conjunción entre dos imágenes mentales bien custodiadas en las lejanías de las mentes ahora puestas a dialogar de forma ciega. Sino para que pueda fabricar sus propias respuestas una vez que pudo redefinir el modo en que el mundo se le escapaba por las hornallas. La gente utiliza demasiado al mundo para calentarse. Especialmente para insuflar a la comida. Infiere y sostienen en base a ese fuego que no ven pero que precisan como el agua. Yo siempre quiero mostrarles lo extraño del mundo. Para así de esa forma leer yo también a esa gente diferente que sueña con volar. Algunos disfrutan del roce que los cuerpos alimentan mediante esa caldera universal. Otros se preguntan como es posible que el mismo viento que alimenta al fuego sea capaz de eliminarlo si acaso un soplido sobrepasa su carácter limitado. Yo siempre supe de que lado estaba.
Por eso es que por vivir tanto tiempo en un lugar oscuro, inseguro y escalofriante, es que la filosofía se volvió mi lenguaje. Note que la filosofía era como la literatura. Procuran inventar todo de nuevo. ¿Pero como voy a escribir y comprobar lo extraño si no toque una teta? ¿Cómo voy a llegar a conocer lo impensado si mi pensamiento se detiene allí donde el escote esconde lo que muestra? No lo se. Será otra pregunta que irremediablemente una birome desnuda en la madrugada querrá responder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario